CIRCO

Empezaré, para no caer en una postura hipocrita, por admitir la sensación de alegría que me embargó tras la victoria del equipo de futbol español ante el alemán el pasado miércoles.
Continuaré reconociendo como coreé los nombres de varios jugadores, o como entoné esa canción tan cañí de Manolo Escobar, sí, lo hice y no me arrepiento.
Sin embargo estos días de patriotismo barato, de falso orgullo patrio me repugnan.
Me asquea contemplar como se prostituyen los símbolos nacionales en programas de TV, en ridículos souvenirs o como se utilizan coletillas nada asépticas como "La Roja".
Me aterra pensar que la inmensa mayoría de los que ayer portaban la enseña nacional desconocen por completo el significado de los diferentes cuarteles del blasón patrio, lo que éstos representan y han representado a lo largo de la Historia. Pues hoy los Reinos de León, Castilla, Aragón, Navarra, Granada, su raigambre celtíbera, romana, visigoda, nuestro pasado imperial... son desconocidos y por ello traicionados por sus herederos mediante un desconocimento institucionalmente forzado en aras del adoctrinamiento globalizador.
En una situación crítica como la actual, donde el monstruo mundialista nos arrastra irremisiblemente hacia sus entrañas sin oposición aparente, siento tristeza al contemplar como hemos aceptado el Circo como píldora patriotica, pues para no pocos de aquellos que se dicen patriotas, ver los partidos de la selección española de futbol, bandera en mano, parece ser suficiente para cumplir con el expediente.
Esta falta de orgullo sincero y consciente de lo que es nuestra identidad española y europea, nos conduce irremisiblemente a la dictadura del consumo, la cosificación del individuo y las ideas y por ende, a la estandarización [y destrucción] de nuestra cultura y tradiciones.