Han pasado ya, efectivamente, treinta y cuatro años. ¡Treinta y cuatro años, qué pronto se dice!. Quienes compartimos con Juan Ignacio González esos momentos y esa época de lucha política, éramos muy conscientes de que aquello no era un juego, que la situación en España podía dar un vuelco en cualquier momento y que, derivase para donde derivase la dirección de la marea política, los patriotas teníamos la convicción de que a nosotros nos tocaría casi con toda seguridad pagar una cuota de sangre y cárcel. Y realmente así fue.
Desgraciadamente, fue a Juan Ignacio a quien le tocó pagar ese tributo de sangre a sus veintiocho años de edad, después de haber dedicado su vida por entero a la lucha por España.
Antiguo Jefe Provincial de Fuerza Joven de Madrid, en Junio de 1978 es uno de los dirigentes que protagoniza y encabeza la creación del Frente de la Juventud.
El Frente, desde sus comienzos, se constituye en la principal punta de lanza de la confrontación directa de la juventud patriota contra el sistema, y la dinámica de activismo, movilización y presencia intensiva en la calle se mantuvo incansable hasta su disolución dos años más tarde del asesinato de su Secretario Nacional, tras una brutal represión por parte del gobierno de la UCD en la que no fue ajena aquella famosa afirmación del Ministro del Interior de la época, Juan José Rosón de que “el Frente de la Juventud era la organización más peligrosa en el escenario político español, después de ETA”.
Estaba claro que la estrategia de confrontación terminante y directa contra el Estado habría de costarle muy cara al Frente de la Juventud. Tanto fue así que a la orden de ejecución y posterior asesinato de Juan Ignacio, le siguió semanas después un encarnizado proceso de persecución hacia los militantes del Frente, que llevó a decenas de ellos al exilio, a la prisión y en algunos casos, también a la tortura.
Pero lo auténticamente escarnecedor de todos aquellos acontecimientos es que a día de hoy aun no se ha sentado a nadie en el banquillo de los acusados por el asesinato vil y cobarde de nuestro camarada. Resulta absolutamente increíble constatar que los asesinos de Juan Ignacio ejecutaron su crimen con total impunidad y que se pasean por la calle o se acercan a nuestro lado con toda tranquilidad, con la confianza de que el inexorable transcurrir del tiempo relegue definitivamente al olvido los hechos de una época que muchos quisieran obviar, como si aquí no hubiera pasado nada, como si esta democracia hubiera sido fruto de un consenso de todo el pueblo español representado por los políticos y bajo el paraguas de la monarquía, pese al alboroto y al tumulto de unos cuantos jóvenes ultras que hoy ya no son nada. Sin embargo, muy por el contrario, tenemos que decir que la historia de la llamada transición se escribió con sangre, sangre generosa y joven, entre la que se encuentra la de Juan Ignacio González.
Como decíamos antes, han transcurrido 34 años desde que a Juan Ignacio González le asesinaran cobardemente.
Ciertamente, los demás tuvimos -con posterioridad- tiempo suficiente para analizar los errores cometidos, para emprender o no otros derroteros, para disfrutar de nuestros hijos, para seguir sintiendo que más que nunca nos duele España, para volver atrás la mirada y constatar, con orgullo y desesperanza, que “luchamos y perdimos” –como reza el título escrito por el coronel Otto Skorzeny-, para ver con rabia y desolación que la España por la que murió Juan Ignacio hoy está en trance de desaparición y también incluso pensar que todos los sacrificios sufridos pudieron haber sido en vano. Pero a Juan Ignacio una mano asesina, truncándole la vida, le privó de poder sentir todo esto y en aquella fría madrugada de Diciembre, para él todo terminó.
Miramos atrás, Juan Ignacio, y no queremos quedarnos con la imagen de aquel portal ensangrentado, ni con la de millares de jóvenes acompañando tu féretro llevado a hombros por tus camaradas, ni con el desconsuelo de tus familiares y de tus compañeros más cercanos. Nos quedamos con tu ideal de entrega, tu ánimo siempre dispuesto para la lucha, tu mirada clara, tus ideales imperecederos y tu amor a España.
Treinta y cuatro años después, camarada, aquí nos tienes nuevamente. No te hemos olvidado, en absoluto. Nadie podrá acallar nuestra exigencia de que se haga justicia y que se esclarezca, de una vez y para siempre, quién fue el autor material y el inspirador intelectual de tu asesinato.
Quienes dieron la orden de tu asesinato seguramente no tuvieron en cuenta que los fascistas, a falta de otra cosa, nos sobra resistencia. Y sobre todo, que nunca olvidamos a nuestros Caídos.
La bandera sigue alzada.
Pedro A.